Pablo Presbere 313 años después
Rafael A. Méndez Alfaro
Coordinador del Programa de Humanidades
Escuela de Ciencias Sociales y Humanidades
Quince años había trabajado el cura franciscano Pablo de Rebullida en una misión en los vastos territorios de la fachada del Caribe costarricense. Un día, él murió degollado en el pueblo de San Francisco Urinama: fue así la primera víctima de la insurrección de los indígenas de Talamanca, encabezados por el cacique Pablo Presbere.
Rebullida había ingresado en los espesos bosques para realizar una labor evangelizadora en 1694. Después, en pleno levantamiento, alanceados y decapitados, también murieron fray Antonio Zamora, diez soldados y una mujer, esposa de uno de los soldados.
La insurrección causó la muerte de frailes y militares, y destruyó representaciones de la influencia ibérica: templos, aldeas “nucleadas” e imaginería religiosa. Quienes participaron del levantamiento integraron diversas etnias, como las borucas, cabécares, bribris, térrabas y urinamas.
¿Qué elementos de la vida cotidiana de los grupos autóctonos no lograron modificar los frailes franciscanos en los 15 años de presencia ininterrumpida que terminaron con el levantamiento? Los misioneros solían quejarse de la extendida práctica de la poligamia entre los talamanqueños. También objetaban la embriaguez en la población nativa, asociada a lo que denominaban “supersticiones” o creencias sobrenaturales.
La incapacidad de la misión franciscana de erradicar la poligamia, el alcoholismo y las supersticiones llevó a fray Rebullida a solicitar la llegada de soldados con el fin de intimidar a la población nativa y lograr aquellos objetivos.
Sin embargo, el efecto producido fue contraproducente. Los indígenas temieron que la llegada de soldados significase una presencia permanente de estos en sus tierras. En verdad, existían señales previas que daban sustento a los temores de las etnias talamanqueñas.
Un antecedente fueron los raptos de población urinama para obligarla a trabajar en los cacaotales de Matina. También hubo resistencia contra la formación obligada de los “pueblos de paz” (aldeas impuestas), habitadas por indígenas que terminaban adoptando formas de vida ajenas a su tradición.
Finalmente, los nativos vivían preocupados por epidemias causadas por gérmenes “occidentales”, como la viruela, la varicela y la gripe. Solo en la primera mitad de 1709, los frailes certificaron la muerte de 228 “criaturas” por la propagación de epidemias.
Por otra parte, es preciso recordar que el levantamiento indígena de Talamanca fue un eslabón dentro de una cadena de fracasos que la Corona española sufrió en sus intentos de someter tierras centroamericanas.
Durante el siglo XVII, Talamanca fue sometida a intereses imperialistas británicos y presa de exploraciones de los zambos mosquitos. También fue objeto de las ambiciones territoriales del Virreinato de Nueva Granada (la actual Colombia más Panamá).
Todos ellos toparon con un territorio complejo, de difícil acceso y habitado por tribus poco dispuestas a someterse a yugos foráneos, sin que importasen su naturaleza ni su origen. La resistencia indígena presentó diferentes formas en Talamanca. Se manifestó desde la no asimilación de las prácticas culturales y religiosas patrocinadas por las misiones, hasta las huidas hacia las regiones más inhóspitas del sistema cordillerano.
La sublevación de 1709 fue resultado, tal vez inevitable, de antiguos descontentos de los indígenas, malestar agudizado por la llegada de tropas pedidas por los misioneros.
Al igual que Talamanca, otros territorios centroamericanos presentaron enorme oposición a su sometimiento. Es memorable la resistencia, a veces violenta, de los indígenas manches (Verapaz, Guatemala) y lacandones (Chiapas), de los nativos de los territorios de Itza (Mopán) y, por supuesto, de la misquitia. En su libro El costo de la conquista, la historiadora Linda Newson registra múltiples abandonos de indígenas en las zonas de Naco, Gracias a Dios y Trujillo, en Honduras, con el objetivo de escapar a la esclavitud.
La esclavitud afectó tanto a la población originaria de nuestro continente como a los nativos de África traídos a América. Los esclavos fueron destinados a labores diversas: desde penosas actividades extractivas –como la minería– hasta oficios domésticos. La historiadora Eugenia Ibarra ha realizado importantes investigaciones para el caso costarricense, y ha identificado numerosas rebeliones de pueblos indígenas en los siglos XVI y XVII.
Sin embargo, el caso del levantamiento de 1709 en Talamanca guarda una particularidad pues agrupó diversas etnias, generalmente enemigas. Estos grupos tenían orígenes culturales comunes, pero habían desarrollado ya diferencias lingüísticas y se enfrentaban en constantes disputas territoriales.
Dichas diferencias fueron dejadas de lado cuando Presbere unificó a los grupos nativos y encaminó un movimiento que procuró ratificar su dominio sobre el territorio que habitaban, usurpado por invasores.
El levantamiento rechazó la presencia de religiosos, soldados y funcionarios españoles en la tierra talamanqueña, y no pasó inadvertida ante las autoridades de la provincia de Costa Rica ni a las de la Capitanía General de Guatemala.
En febrero de 1710, bajo el mando del gobernador Granda y Balbín, un contingente de más de 200 soldados entró en Talamanca. Transcurridos cinco meses y después de numerosos combates, Pablo Presbere fue capturado. El 4 de julio de ese año, el cacique de la rebelde Talamanca murió arcabuceado por las tropas españolas.
Poco después, más de 700 indígenas fueron arrastrados hacia Cartago para ser repartidos como premios entre los soldados que participaron en la expedición. Solamente 500 de ellos llegaron con vida. Una década después sobrevivían unos 200 indígenas.
A la larga, la muerte de Presbere derivó en el control progresivo de los vastos territorios talamanqueños por parte de los conquistadores y de los funcionarios criollos. Parte del “éxito” español en esta región fue impedir que la rebelión se extendiera eventualmente a otras zonas de Costa Rica.
En los siglos posteriores, los intentos de establecer colonias permanentes en las tierras de bribris, chánguinas, zeguas y dorasques chocaron con la resistencia constante de las etnias nativas. Esa resistencia, sumada a la escasa presencia del Estado nacional en la región, quizá permita explicar la preservación de un conjunto de rasgos de cultura prehispánica aún perceptibles entre las etnias talamanqueñas, tales como la música y la lengua, pero, ante todo, su cosmovisión.
En suma, la rebelión de 1709 confirmó el derecho natural que los nativos poseían sobre tierras heredadas por sus antepasados.