OPINIÓN
Utopía bolivariana de Europa
Vuelve el Estado a estar en el corazón, aunque, esta vez, sin sentimientos
LLM.VELIA GOVAERE VICARIOLI
CATEDRÁTICA UNED / COORDINADORA OCEX
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Nunca tantos han dependido de tan pocos, y no se trata esta vez de la fuerza aérea británica, de quien Winston Churchill dijo algo semejante, en la Segunda Guerra Mundial. Hablamos aquí de un grupo mucho más reducido, el pequeño círculo que decide la política económica comunitaria, en tiempos de la fiebre del euro. Pocos costarricenses se pueden imaginar que sus empleos penden de las discusiones del “dúo dinámico”, que en la prensa europea se ha dado por llamar “Merkozy”. Se trata, por supuesto, de los dirigentes políticos de las potencias rectoras de la Unión Europea, Alemania y Francia, en la figura de la cancillera Merkel y del presidente Sarkozy.
Peligro de extinción. El euro está en grave peligro de extinción. El estremecimiento del estallido de ese volcán financiero haría palidecer los impactos de la crisis del 2008 y abriría un período gravísimo de depresión económica mundial. Si eso ocurriera –digo, es un decir, y son muchos los economistas que advierten que eso es casi inevitable– para millones de seres humanos en el planeta, se derrumbarían todas las premisas sobre las que se fundan sus expectativas individuales de progreso. Así de próxima nos acecha la catástrofe, pero la inminencia de algo fatal nos mueve, casi siempre, a la negación de lo posible. Así de cerca nos vemos en el abismo.
Alemania lleva la voz cantante y, aunque sería la mayor perdedora de la desaparición del euro, en realidad ella nunca lo quiso. Por años, presionó Francia a Alemania para que consintiera en la adopción de una moneda común, cuyo más formidable respaldo sería, por supuesto, el vigoroso marco alemán. Alemania se negó siempre a renunciar a su moneda, la más importante fuente de autoestima nacional de posguerra, y mucho menos a respaldar con su divisa el conocido populismo fiscal reinante fuera de sus fronteras.
Equilibrio europeo. La publicación de los entretelones de la reunificación alemana de 1990 muestra cómo Mitterrand, entonces presidente francés, exigió la adhesión alemana al euro, como condición para no oponerse a una Alemania unificada, cuyas dimensiones la posicionarían como la mayor potencia europea. Era la forma francesa de asegurar el equilibrio europeo, tradicional política de estado: una Alemania fuerte, pero respaldando también la moneda francesa. Alemania se tuvo que tragar el euro y sacrificar su marco y hoy, atrapada en esas redes, detenta, sin embargo, las riendas de su rescate. Ahora, como entonces, el poderío económico germano es el único respaldo para equilibrar la irresponsabilidad fiscal de sus socios.
Francia quiere un cheque en blanco, otorgando al Banco Central Europeo autorización para comprar todas las deudas soberanas a bajos intereses, con su “maquinita” de hacer dinero. Alemania sabe que eso sería pagado con inflación por sus propios ciudadanos, porque es el motor exportador de la Unión Europea. La propia sala constitucional alemana advirtió que si bien el legislativo puede decidir apoyos determinados al euro, un respaldo ilimitado de ese tipo iría contra el requerimiento constitucional de precisar, por vía legislativa, los compromisos asumidos por el Estado. Los cheques en blanco también están excluidos por la presión popular de un electorado que no quiere asumir deuda ajena. Por eso Alemania exige un nuevo pacto comunitario, con obligaciones y sanciones, en un intento por profundizar los lazos comunitarios, hacia una política fiscal común.
Alemania, primera fila. Pero, en la cadena de catástrofes que produciría el descalabro del euro, Alemania está también de primera en la fila. Sus mayores exportaciones a la eurozona se costean gracias a la fortaleza de su moneda común. Sus bancos son, además, los mayores acreedores, en caso que algún país entrara en incumplimiento de pagos. En este conflicto, la balanza se estremece entre perder de una forma contra perder de la otra. No es un escenario halagador y esa considerable amenaza mueve a las calificadoras de riesgo crediticio a llevar la advertencia de degradación hasta las costas germanas.
En este escenario de creciente incertidumbre queda sólo, como lamentable y errónea unanimidad, que paguen la cuenta los espectadores inocentes. El sofisma de restricciones presupuestarias draconianas, disminuyendo la inversión social y educativa, amenazando las pensiones y el poder adquisitivo de la gente, pareciera ser la única receta que supuestamente tranquilizaría a los mercados. También disminuiría nuestras exportaciones. Krugman y Roubini advierten que eso inevitablemente lleva a una contracción de la actividad económica, aumento del desempleo y menores ingresos tributarios, curiosamente cuando se quiere equilibrar el fisco. En estas mismas páginas apuntaba yo también, hace meses, que atribular la población griega tampoco la sacaría avante.
Mercados y políticos. Hoy gobierna el compromiso con la austeridad y mañana se sabrá, como ya lo hemos comprobado nosotros hoy, lo que significan generaciones perdidas gracias al pernicioso ahorro de lo que debería haber sido inversión pública. En todo caso, el neoliberalismo sin riendas esconde avergonzado la cola. No se acude a los mercados, para que ellos resuelvan su propio estropicio. Se busca a los políticos, para que tomen medidas correctivas y vuelve el Estado a estar en el corazón, aunque esta vez, sin sentimientos.
El viejo sueño. Las decisiones recientes apenas salvan precariamente el día. El euro respira, pero las calificadoras que miden su credibilidad, son un curioso termómetro que aumenta la temperatura. El problema de fondo sigue siendo el mismo: una unión monetaria sin transferencias fiscales, impidiendo el recurso de los países débiles a devaluar su propia moneda, para aumentar su competitividad exportadora, si recibir tampoco, al mismo tiempo, respaldo fiscal en las crisis. Eso solo lo resolvería el viejo sueño de una sola Europa, contrapuesta, por otro lado, por pertinaces fantasías nacionalistas. Es la frustrada utopía bolivariana, trasplantada al Viejo Continente.
Fuente: Periódico La Nación, 11/12/2011
http://www.nacion.com/2011-12-11/Opinion/utopia-bolivariana-de-europa.aspx