POR VELIA GOVAERE - ACTUALIZADO EL 20 DE JUNIO DE 2016 A: 12:00 A.M.
http://www.nacion.com/m/opinion/foros/dilema-ingles_0_1568043189.html
En realidad, la contradicción británica con la UE es política, ni comercial ni económica
Quedarse o irse. Esa es la cuestión delicada, pero no solo para los británicos. El día del brexit está a la vuelta de la esquina. El 23 de junio los británicos definirán en referendo si el Reino Unido sigue o no en la Unión Europea. En ese resultado, las relaciones políticas, comerciales y financieras internacionales se juegan una carta decisiva.
Conforme se acercan los días y los indecisos se decantan, las encuestas muestran una pequeña pero clara ventaja de la opción de salirse del experimento supranacional más atrevido de los tiempos modernos.
Los adalides políticos de ambos bandos predicen desgracias funestas si triunfa el contrario. Los costarricenses conocimos, en el referendo del TLC, ese ambiente de fin de los tiempos predicado por exacerbados paladines.
Más que entender las causas históricas subyacentes de este aprieto o de ensayar predicciones sobre los resultados de los votos, la incertidumbre que rodea al brexit demanda un análisis desapasionado de los escenarios en caso de una salida.
Factor de equilibrio. Uno de los efectos más evidentes que tendría el brexit sería sobre la propia Unión Europea, que resultaría perjudicada por esa eventualidad, al perder a uno de sus principales miembros, al tiempo que se alteraría la relación de fuerzas entre sus socios.
Al proyecto comunitario, el Reino Unido se adhirió tarde y a regañadientes y, cuando llegó el momento monetario, prefirió quedarse fuera de la zona euro. Tampoco fue siempre bienvenido.
Francia vetó su ingreso al Mercado Común por más de 12 años. Pero su presencia ha sido, no solo ahora, sino en la misma historia europea, factor de equilibrio entre las potencias continentales.
Con su partida, Alemania sería la más neta perdedora, al eliminarse el colchón que ha alivianado sus tensiones con Francia, que vería fortalecida su capacidad de maniobra frente al socio teutón.
Proyecto herido. El brexit alimentaría en los demás países comunitarios todas las fuerzas centrífugas despertadas por la crisis del euro, por la sensación de inutilidad derrochadora y burocrática de sus instituciones y por la pérdida parcial de soberanía frente a temas tan sensibles como la creciente y acelerada inmigración.
El proyecto político comunitario quedaría lisiado. Pero eso no significa que la salida del Reino Unido produzca una estampida generalizada, amarrados como están algunos de sus miembros dentro de la zona euro y beneficiados todos por economías de escala en un mercado más amplio.
Lo que es innegable es que se verían necesariamente fortalecidos los tradicionales vínculos entre Estados Unidos y el Reino Unido y se avivarían las posibilidades de un TLC entre ellos.
Esas perspectivas implicarían, por lo menos, un debilitamiento de la capacidad de negociación de la UE en las componendas en curso de la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversiones (TTIP, por sus siglas en inglés).
La UE tendría que aceptar concesiones a las que ahora se resiste, so pena de ver al Reino Unido más fortalecido que ella.
También existen posibles impactos de la pérdida de peso que tendría la ausencia británica y su visión ideológica neoliberal frente a las políticas reguladoras germanas en materia de competitividad y de rigidez del mercado laboral, donde el Reino Unido tiene mayor afinidad con los Países Bajos y con Irlanda. La crisis social actual de Francia, que está liberalizando el empleo, acentúa ese componente.
Contradicción política. Con la partida del Reino Unido, la UE perdería también el liderazgo de su más importante y competitivo centro financiero internacional, con escasas posibilidades de sustituirlo en el continente, a no ser con un enorme e inútil costo, porque es muy improbable replicar la enorme red de servicios financieros construidos por la larga y venerable tradición de la City de Londres. Sería más simple buscar un acomodo mutuamente aceptable.
En realidad, la contradicción británica con la UE es política, ni comercial ni económica. Por mucho que se amenace al Reino Unido, existe un fuerte interés en mantener los lazos comerciales lo menos alterados posible. Siempre será preferible ser socios, no rivales.
Sus aparatos productivos están irremediablemente encadenados. El 50% de las exportaciones de los socios de la UE al Reino Unido son de productos intermedios en cadenas globales que adquieren valor agregado en el Reino Unido.
Dos años plazo. Por otra parte, la salida británica no tendría un impacto institucional necesariamente inmediato porque el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea prevé dos años para negociar los términos del retiro de sus miembros. Ese no es el caso, por supuesto, de las apuestas financieras y monetarias especulativas que, de hecho, ya están en juego y adquieren, para muchos, un peso predictivo mayor que las encuestas.
En el momento de escribir este artículo, los inversionistas, adversos al riesgo, huyen de la incertidumbre de las bolsas y buscan abrigo en el bono alemán que, ante tan inusual demanda, tiene una rentabilidad negativa inaudita.
Según la casa de apuestas Betfair, las jugadas por una salida están en los máximos y, en mínimos, los que apuestan por el statu quo.
En caso de la salida de la Unión Europea, todo aconsejaría utilizar los dos años de negociaciones del retiro británico para conservar intactas, en lo posible, las relaciones comerciales y de inversión, a través de un acuerdo de asociación, similar al que tenemos nosotros con la UE, donde componentes políticos limitados permitan la negociación de relaciones estables y previsibles.
El problema será, en el ínterin, disminuir al máximo la incertidumbre, que se amplifica ahora con exabruptos y exageraciones disuasivas, a medida que se acerca el día.
Difícil tarea si Alemania considera que su agenda dicta “castigar” la salida, como forma de contrarrestar el posible “efecto dominó”. Sería la vía confrontativa europea, una vez más, con consecuencias impredecibles en todos los contextos. Eso sería el peor escenario para todos los actores si se escoge esa disyuntiva frente al dilema británico.
La autora es catedrática de la UNED.