POR VELIA GOVAERE - ACTUALIZADO EL 24 DE JUNIO DE 2016 A: 12:00 A.M.
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Hoy todos dicen lo mismo: que la Unión Europea necesita una urgente reforma
El brexit ganó, pero la tormenta apenas empieza. Entre amenazas y vaticinios, los británicos decidieron, y eso es lo único claro en los nublados del día. El electorado habló, pero su voz peligra leerse bajo el prisma de las pasiones que presidieron el referendo.
Esa es una lectura peligrosa porque está todavía dictada por el fanatismo. Hay que alejarse de los extremos. Es hora de una flemática visión centrista que retome este contundente mensaje con un diálogo desapasionado.
Dichosamente, entre los líderes europeos surge ahora una nueva unanimidad, extraña y tardía. Hoy todos dicen lo mismo: que la Unión Europea necesita una urgente reforma y que las cosas no pueden seguir como antes, entre los que se quedan.
Tirios y troyanos concuerdan con que el proyecto europeo necesitaba perentorias enmiendas. Pero es fácil ser profeta después de los hechos. Si los líderes que así recapacitan ahora hubieran estado dispuestos, antes del referendo, a una renegociación de fondo del tratado, otro gallo cantaría.
Mea culpa. En sus primeras reacciones, Merkel, Hollande, Rajoy, Renzi y hasta Sarkozy, todos hacen “mea culpa” colectiva. En todas partes se escuchan voces llamando a la calma.
Se acabó el alarmismo desenfrenado y también, gracias al cielo, la comodidad arrogante de la autocomplacencia. ¿Llegará este realismo, nada mágico, a poner fin a los desmanes burocráticos?
Grecia, más endeudada que nunca, después de draconianos “salvamentos”, enseña hasta dónde llega la insensibilidad irresponsable, que pone en riesgo el derrotero accidentado de una utopía justa.
Sobresale la voz de la canciller alemana. Serena, apeló Merkel a una deliberada cautela (besonnenheit) y exhortó a evitar acciones impulsivas, que pudieran agravar, aún más, el ya insoportable peso de la incertidumbre del día.
Ella entiende el brexit como una ruptura, pero no solo con un socio, sino también con una forma de hacer las cosas. Falta decir que ese estilo se impuso bajo su liderazgo.
Su voz tardía hace aún más fuerte el llamado de alerta contra un tipo de conducción, a troche y moche, donde la asimetría no era reconocida y se obligaba a todos a marchar al mismo paso austero.
Merkel no es la única que llama a la sensatez después del vendaval. Ella y otros reconocen, ahora y a destiempo, que el malestar británico no era aislado. Sus voces, inútiles después del hecho, se unen para enterrar las amenazas.
Nuevo comienzo. Hoy, anuncian, para calmar ánimos y mercados, que toda negociación de salida debe hacerse sobre la base de preservar la más importante de las conquistas logradas, aquella producto de décadas de integración económica y que nadie, hasta ahora, ha puesto en duda: el estrecho vínculo comercial y financiero que une al Reino Unido con el continente y que habrá, a toda costa, que salvaguardar.
Va más lejos Sigmar Gabriel, compañero socialdemócrata del gobierno de coalición de Merkel. Para él, de este crepúsculo puede nacer un nuevo amanecer.
Más que un rechinante freno del tren europeo, esta salida debe aprovecharse como oportunidad de un nuevo comienzo, donde se ahorre menos y se invierta más, en clara contraposición con la habitual receta de austeridad.
En ese mismo sentido, apunta un documento preparado desde hace tiempo por las cancillerías de Francia y Alemania, que aconseja una construcción europea a dos velocidades: un ritmo acelerado de más estrecha unión entre las potencias desarrolladas y una velocidad más pausada para los países de menor desarrollo. Este documento sale a luz después de los resultados del referendo británico. Posiblemente, se esperó su presentación para no brindarles alas a los descontentos. Es probable que su silencio lograra el efecto contrario.
Factores. Se apunta, en mi opinión, tal vez con exceso, el peso que tuvo en la decisión británica la inmigración. No debe menospreciarse ese factor, que debe ser atendido, como uno de los componentes más serios de las disrupciones internacionales actuales.
Pero exagerar su peso tiende a subestimar el impacto social negativo de la globalización, cuando no se enfrenta su desigualdad resultante, con políticas apropiadas de apoyo a los sectores perdedores, que nunca faltan.
Atribuirlo todo a extremismos xenofóbicos también oculta el resto de los factores que pesaban sobre el ánimo de los electores. No se puede explicar de otra manera como uno de los pueblos más cultos de Europa votara en contradicción con lo que le aconsejaba la opinión prácticamente unánime de especialistas, líderes políticos, organismos internacionales y figuras públicas.
Panorámica territorial. No es que los británicos votaran por el aislacionismo. Esa sería una visión simplista de un problema complejo. El resultado del referendo nos da, en especial, una panorámica territorial y sectorial que nos hace preguntarnos si no han faltado políticas que hicieran más accesibles las oportunidades a regiones apartadas y a grupos etarios que necesitaban nuevo entrenamiento laboral.
Así vemos el cambio de rumbo que están teniendo líderes otrora fuertemente aperturistas, como Hillary Clinton, que se opone ahora al Tratado Transpacífico, o de organismos internacionales como el FMI, que reconoce la necesidad de atender disparidades.
Eso lo entendían los líderes europeos, pero no hicieron nada. Acentuaron más bien la austeridad. Eso también lo reconocieron nuestros propios líderes nacionales, en ocasión de nuestro referendo, pero tampoco han hecho mucho para contrarrestar la rampante desigualdad de ingresos, de productividad y de competitividad que padecemos. Allá siguieron inertes hasta el baldazo. Aquí también.
Der Spiegel titula su portada diciendo: “Muerta Europa, ¡que viva Europa!”. Tiene razón. Este compás de espera, con todo y lo grave que es, no anula la grandeza del noble proyecto europeo.
Ese sueño, ahora interrumpido, merece remozarse. Aquellos otrora insensibles al clamor del descontento británico, ¿podrán tener la sensibilidad de escuchar los quebrantos de los 27 que les quedan?
La autora es catedrática de la UNED