POR VELIA GOVAERE - 5 de noviembre 2017
Como en Europa y EE. UU., los beneficios de la globalización no han sido los mismos para todos
“En la noche todos los gatos son pardos”, decía Hegel, señalando que el sentido de los acontecimientos no se puede entender en la noche del instante en que ocurren, sino a la luz de la historia subsiguiente, donde sus potencialidades se revelan con todo detalle. Para bien y para mal, porque nada es químicamente puro, el presente que vivimos, a diez años del referendo del TLC, ilumina el sentido más profundo de aquellas jornadas que dividieron políticamente a Costa Rica.
Corazón contra corazón, el Sí se enfrentó al No y el país quedó “misteriosamente” polarizado. ¿Quién tenía razón? Hace diez años, yo era una resuelta convencida por el Sí. Al defenderlo, sin embargo, me atreví a criticar la desnudez de ambas posturas absolutas, de expectativas desproporcionadas, si triunfaba el campo propio y de desastres funestos, si el contrario vencía. Escribí entonces en “El ‘no’ desnudo”:
“Para ser justos, debo confesar que hemos tenido por demasiados años TLC también desnudos, vacíos de contenidos de inclusión social, como si los procesos de cambio no necesitaran también de políticas complementarias. Demasiado se ha predicado la apertura comercial como un fin en sí mismo, y se olvida que es solo un medio para multiplicar las oportunidades de bienestar colectivo. El TLC es como una carrera en la que tiene más posibilidad de ganar el que va más adelante, y de quedarse rezagado el que va más atrás. Los sectores sociales potencialmente perdedores son aquellos que por su ubicación territorial, su falta de formación técnica, su poca experiencia de negocios y su carencia de habilidades pueden quedar marginados de los beneficios del TLC. Por eso mismo es ya hora de abandonar los ‘Sí al TLC’ y los ‘No al TLC’ desnudos del rostro humano que les dé un contenido de futuro” (La Nación, 22/2/2007).
Descifrar. Pero en aquel momento todos los gatos eran pardos y yo, una Casandra habitual. Diez años después, en vez de echarnos en cara quién tenía razón, lo importante sería descifrar, a la luz de la historia, la entelequia de nuestra división.
Dos preguntas: ¿Por qué necesitó Costa Rica un referendo para aprobar el TLC y cómo es posible que un tratado comercial tuviera la fuerza de polarizar al país en partes iguales?
El presente es la entelequia del pasado, como el árbol, de la semilla y la fruta, de la flor: el paso de una potencialidad a una realidad acabada. A la luz del brexit, las crisis políticas de la Unión Europea y las elecciones de Estados Unidos, podemos entender que el caso costarricense fue un precursor, por más de diez años, del significado social contrapuesto de los impactos de la globalización.
Fuimos los primeros donde sus contradicciones casi nos estallan en la cara. Pero como ganó el Sí, pareció que era la victoria del “más de lo mismo” y seguimos durmiendo sobre los laureles del ADN de nuestra autocomplacencia, sorprendidos acaso, pero sin asumir el campanazo de alerta de aquella inesperada división.
De forma aparentemente contradictoria, Costa Rica, país emblemático de exitosa apertura comercial, sufrió una prematura expresión de desafecto social con la globalización. Ese desapego se vio como misterio nacional que dejó en la sombra las razones más profundas de un país políticamente fragmentado.
Fue un desafecto precursor de los tiempos que vivimos hoy y se debe, probablemente, a que Costa Rica exhibe un comportamiento polarizante más típico de los países desarrollados. Aquí, como en Europa y los Estados Unidos, los beneficios de la globalización no han sido los mismos para todos y la desigualdad se ha acentuado, a contrapelo de la región latinoamericana.
Progreso vs. inequidad. El comercio mundial es instrumento indispensable para el progreso, pero sus impactos desnudan también los espacios de inequidad de nuestras sociedades. Eso no lo quisimos entender entonces y ahora, que debería ser más claro, seguimos haciendo el recuento desnudo de los beneficios de la victoria del Sí.
La misma fuerza de la globalización que lleva progreso, también impone la necesidad de universalizar socialmente sus frutos. Pero la integración con el mundo, que nos es facilitada con acuerdos comerciales, no tiene ninguna función en la integración interna de nuestras sociedades. Eso es del resorte de las políticas internas y ese es nuestro talón de Aquiles: la cobija de la política comercial no alcanza para atender desafíos internos. En el acceso local a las oportunidades globales nos hemos quedado cortos. El INA es su extremo escandaloso.
Si balance cabe sobre el TLC, ese es, tristemente, que sus mayores impactos los tuvo Costa Rica, a contrapelo de la propia voluntad política hegemónica de intervencionismo monopolista de Estado. La apertura de telecomunicaciones y seguros significó un récord de inversión extranjera y mejoró la competitividad nacional e individual y la satisfacción ciudadana.
A contrario sensu, donde un monopolio no fue afectado por el TLC, el monopolio siguió, que es el caso de una refinería que no refina. Si el TLC hubiera abarcado apertura en distribución de combustibles, otro gallo cantaría y cantaría bien.
Desde la crisis del 2008, que dichosamente nos agarró con TLC, la economía mundial no se ha recuperado. Esa desaceleración económica restringe el crecimiento local y cercena las políticas redistributivas.
El TLC con Estados Unidos de ayer, no es el de mañana. Si vinculamos la disrupción tecnológica acelerada con nuestra inercia de políticas productivas, el futuro cercano podría proyectar una agravación de todas las brechas. Si así ocurriera, el descontento social aumentaría, se acentuaría el desapego con las instituciones públicas y las voces de esa disconformidad no atendida, que ya nutren el diálogo social actual, exacerbarían populismos de derecha y de izquierda, vinculados por un común rechazo ideológico a la globalización.
No estamos todavía ahí, pero tampoco estamos lejos. Por eso dejemos de cantar victorias pírricas y atendamos el sentido de aquella división.
La autora es catedrática de la UNED.