POR VELIA GOVAERE - ACTUALIZADO EL 20 DE JULIO DE 2015 A: 12:00 A.M.
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En el interminable túnel de la crisis griega no se ve todavía, ni de cerca, la luz
En el interminable túnel de la crisis griega no se ve todavía, ni de cerca, la luz. En los dos “rescates” anteriores, la deuda externa de este país pasó del 120% del PIB a más del 180%. No porque el monto de la deuda aumentara, sino porque el PIB disminuyó más del 25%, e hizo mayor la proporción del peso de la deuda.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) calcula que con este tercer “rescate” la deuda griega va a pasar al 200% de su PIB, en el primer año. Cada “rescate” genera mayor pobreza, mayor endeudamiento y menos capacidad de pago. Así esto no tiene fin.
Las condiciones de dos “ayudas” anteriores impusieron desinversión pública y, con ella, menos capacidad nacional para enfrentar las obligaciones crediticias, en perverso círculo vicioso.
El nuevo acuerdo sigue, en lo esencial, el mismo patrón que los anteriores y no toca el aspecto medular: para Grecia, el monto de su deuda es simplemente impagable. Es insostenible todo acuerdo que no tome en cuenta este factor.
Concuerdan con esta aseveración no solo el FMI, sino también Wolfgang Schäuble, el mismísimo ministro de finanzas alemán, quien se distancia así de la inflexible línea de Angela Merkel, acérrima opositora de cualquier rebaja de la deuda griega.
Incluso para Christine Lagarde, directora del FMI, la deuda solo puede ser sostenible mediante una reestructuración. Para Schäuble, la mejor respuesta sería una salida de Grecia del euro, temporal, acordada y ordenada.
Para él, el nuevo contexto permitiría una rebaja de la deuda, que no es posible negociar dentro de la zona euro. Yo concuerdo con él y añadiría, además, que sacaría a Grecia de la camisa de fuerza de una moneda común fuerte, sobre cuyo valor no tiene influencia, y le devolvería al país los márgenes de maniobra de una política monetaria propia, lo cual promovería la inversión extranjera y las exportaciones en lo que sería un país menos costoso y más competitivo.
Solidaridad olvidada. La primera víctima de la inflexibilidad alemana es su propia memoria. ¿Cómo puede olvidar el Gobierno teutón que su milagro económico fue producto de la comprensión y la solidaridad con su pueblo que tuvieron 25 países acreedores?
El 27 de febrero de 1953, ocho años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, los acreedores de Alemania, nótese que entre ellos estaba Grecia, suscribieron el famoso Acuerdo de Londres, que condonó dos tercios de la deuda alemana acumulada durante las dos guerras mundiales, incluidas la de posguerra y las derivadas del plan Marshall, que sacó a Europa de la postración. (Tal vez se le perdone a Merkel no recordar eso, viniendo de Alemania Oriental. ¿O no?).
Muchos comentaristas, en estos lares latinoamericanos, insisten en que tiene que pagarse lo que se debe. También aquí carecen de memoria corta.
Hace apenas 30 años, la gigantesca deuda latinoamericana impedía utilizar los frutos de la producción en inversión y esto sumergió la región en una década perdida. Costa Rica la recuerda bien.
También en este caso, solamente una reducción en el saldo adeudado, con prórrogas y amplios periodos de gracia, permitió la inversión productiva que se traduce ahora en un incremento de la capacidad latinoamericana de pago.
Se trató del Plan Brady, que redujo un promedio del 36% de la deuda externa latinoamericana pero condicionando a inversión pública las condonaciones. Es verdad que para acceder a ellas los países tuvieron que someterse a los lineamientos del así llamado Consenso de Washington, no siempre de feliz memoria. Pero esa es otra historia.
Verdad es también que tanto la deuda alemana como la latinoamericana tuvieron como telón de fondo el peligro de contagio comunista, en el marco de la guerra fría y las revoluciones centroamericanas. No así Grecia. Ella no cuenta con ese aliciente político para la comprensión de sus acreedores comunitarios, en quienes tampoco tiene mucho peso la mera solidaridad humanitaria.
Pero debería, por lo menos, tener asidero la racionalidad económica, y esa es la esperanza que sostiene la oscuridad del día, porque incluso el mismo Mario Draghi, gobernador del Banco Central Europeo, ha dicho que es necesario un alivio de la deuda griega. Ese es, sin duda, el capítulo que sigue.
Sin futuro. Mientras tanto, Grecia se tambalea. El acuerdo, sin ofrecer al país una vía hacia el crecimiento económico, no tiene futuro. Vale recordar que lo que consiguieron los primeros “rescates” a Grecia fue salvar a los bancos acreedores, sobre todo alemanes y franceses, por medio de un Fondo de Estabilización Europeo.
Así se pagó directamente a los bancos, y se convirtió en deuda de un fondo público lo que era originalmente una deuda de bancos privados y se repartió el riesgo del no pago entre todos los contribuyentes comunitarios. Esto dejó a salvo a sus propios bancos. De esos “rescates”, Grecia, su gobierno y su gente vieron muy poco, sino nada.
En la hora de la intransigencia alemana, se habla mucho del riesgo moral y del posible daño que causaría una actitud más flexible, al servir de precedente para que “otros” países caigan en la misma trampa.
Personalmente, no creo que nadie se sienta tentado a seguir el mal ejemplo de la tragedia griega. Pero sí existe un riesgo moral del cual no se habla mucho: el contagio al haber pagado a bancos que giraron préstamos alegremente y vieron debidamente cancelados sus créditos con fondos públicos europeos. ¿Por qué no pensar que sobrarán ahora quienes sigan el ejemplo de éxito crediticio pagado con fondos públicos? ¿No es también un riesgo moral haber salvado al acreedor irresponsable mediante la socialización de deudas?
Y no es que la ética no tenga lugar en esta historia. Hecha tiras está quedando atrás y esperando un rescate moral la ética comunitaria, que vio convertir en penuria una moneda común, originalmente diseñada para el progreso colectivo solidario.
De todo este laberinto griego, solo una cosa es indudablemente clara: la partida no ha terminado. Y mientras no haya quite de la deuda, la miseria griega se profundizará hasta que quieran cobrarse con las últimas piedras del Partenón.
Velia Govaere es catedrática de la UNED.