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POR VELIA GOVAERE - ACTUALIZADO EL 10 DE JULIO DE 2016 A: 12:00 A.M.

http://www.nacion.com/m/opinion/foros/hora-cero-sensatez_0_1572042801.html

El sueño de la unidad europea sigue vivo, pero perdió su inocencia 

 

La Unión Europea (UE) despertó de su embriagadora utopía con un británico baldazo de agua fría. La realidad fue más fuerte que la ideología. En el Reino Unido los resentimientos predominaron sobre una empecinada doctrina que predicaba la unidad como valor en sí mismo y no como instrumento al servicio del bienestar de la gente.


Las brechas políticas, sociales, económicas y regionales prevalecieron sobre el sentido histórico y cultural de pertenencia europea. Preconceptos burocráticos enmascaraban enormes diferencias que, cosa curiosa, no estallaron en su eslabón más débil, sino en uno de sus pilares. Se perdió el pulso en un país donde no podían simplemente imponerse, como en Grecia.


El sueño de la unidad europea sigue vivo, pero perdió su inocencia. En las vísperas del referendo, la prepotencia prusiana se negaba rotundamente a reformas. Hoy es la primera que necesita reconciliarse con las insatisfacciones desatendidas de una UE tecnócrata y sin rostro humano.


He ahí el resultado de la indolencia burocrática, inerte a los descontentos, clara solo de directrices, sorda a los clamores de equidad social, equilibrio regional y atención a las disparidades nacionales.


Era una unidad expansiva contra viento y marea. Aumentó miembros a costa de homogeneidad, y las disparidades resultantes dejaron la dudosa hermandad que existe entre prestamistas y deudores.


La mentalidad despótica derivada de eso es la verdadera perdedora, no el sueño europeo, que tiene ahora una oportunidad de oro para remozarse con realismo y solidaridad. Eso si Alemania y Francia tuvieran la sabiduría de entender el brexit como un llamado de auxilio del ideal europeo y no como una ofensa digna de escarmiento.

 

Rebelión de las masas. Las élites perdieron su ascendente moral para dirigir este proyecto. Si masas británicas despreciaron todos los consejos fue solo porque reconocieron en quienes los brindaban a quienes eran impasibles a sus reclamos. Por eso quedaron desautorizados. Habían abandonado su responsabilidad de atender las desigualdades que ese proceso propiciaba.

 

Esta rebelión de las masas abandonadas por las élites a recoger migajas del derrame de la globalización es un grito ingenuo que no sustituye el liderazgo y la orientación. ¿Cómo recuperar ahora la autoridad moral?


La globalización no está en entredicho, porque las fuerzas productivas de la historia no cambian con un voto. Pero cuando la economía se abre, la población se encuentra diferentemente preparada para enfrentarla. El paisaje parroquial se revela asimétrico frente al universo cosmopolita.


Ganadores y perdedores. La apertura les cae de perlas a quienes tienen más alto nivel económico y académico, mejores competencias laborales y viven en grandes centros urbanos. Los obreros de industrias abandonadas a su suerte, los desempleados de fábricas que emigran a China, los pobladores de atrasadas zonas periféricas y los cesantes sin habilidades requeridas por el mercado necesitan políticas públicas para acceder a las nuevas ventajas.

 

Sin ellas, son automáticos perdedores y ese automatismo es más contundente que todo lejano e hipotético derrame. A esos no se les convence ni con los ideales inaccesibles del progreso general ni con la retórica hueca de una “cultura común”.


Los convidados de piedra de una globalización regida por las fuerzas ciegas del derrame del mercado votaron por el brexit. Esas masas, ignorantes en su mayoría y sin esperanza, sintieron que al salirse no podían perder más de lo que ya habían perdido.
Demagogia. Problemas reales desatendidos sirvieron de base para una escalada inescrupulosa de medias verdades y mentiras enteras. Demagogos de pacotilla ganaron su apuesta temeraria y en su victoria fueron los primeros que perdieron, porque su triunfo les duele tanto que compiten por salir despavoridos del escenario público.

 

Los británicos van ahora a elegir como guías en su salida nada menos que a los que decidieron no escuchar que se quedaran.


Ya quisiera yo ver en Costa Rica si los detractores de la globalización no habrían desaparecido de la tarima política si hubiera ganado el “No”, el mismo año de la crisis mundial. Pero perdieron y no tuvieron que pagar las consecuencias de su demagogia.


El “Sí” ganó por un pelo y la victoria cegó a nuestra élite. Seguimos sin reforzar nuestras capacidades ni atender a nuestros perdedores. La desigualdad imperante nos puede estallar en la cara.


Sensatez. De la borrachera ideológica de la unidad quedó la resaca del brexit. Hacen bien los británicos en tomarse su tiempo para una salida lo menos disruptiva posible. Bien harían sus socios en intentar salvar su integración económica. Nadie ha puesto en entredicho su unión aduanera: el libre movimiento de bienes, servicios y capital.

 

¿De dónde sale, como si fuera dogma, que la libre circulación de personas es requisito sine qua non de un proceso de integración? No lo es. El libre movimiento de personas necesita la homogeneidad socioeconómica de los socios para que no se convierta en avalancha humana en un solo sentido.
Es tiempo de serenidad y reconciliación generosa. Nada sería peor que salir ahora con ultimátums. La sabiduría política podría volver a ganarse el favor británico, con prudencia y fraternidad.


Es hora de un llamado europeo de concordia al electorado británico para calmar los ánimos y disminuir la incertidumbre. Los lazos de historia e identidad que los unen son más fuertes que un referendo planteado por un liderazgo imprudente. Pero también es hora de volver la mirada hacia dentro y adecuar la unidad europea a las asimetrías de sus miembros.


Cameron ya pasó, la historia continúa. Ella nos contará, muchos años después, si de este paso hacia atrás la unidad europea pudo dar dos pasos hacia adelante o si, más bien, se impuso la intolerancia y fue el primer acto de la desbandada. Llegó la hora del revisionismo europeo, momento de reflexión, no de contragolpe. Es la hora cero de la sensatez, la única que puede superar el desatino.


La autora es catedrática de la UNED.