POR VELIA GOVAERE - 24 de Febrero 2019
El vendaval tecnológico es inevitable y complicará, aún más, el escenario altamente complejo de nuestro laberinto, tan contagiado de progreso como de atraso.
A la combinación viciosa de dualidades agobiantes, está a punto de sumarse el torbellino de la automatización. Esa vorágine nos precipita al futuro. Todos los sistemas laborales se verán afectados por procesos inevitables de mejora en la productividad y disminución de costos. En menos de una generación, el 14 % de los trabajadores del mundo serán desplazados. Países desarrollados, como Estados Unidos, ven en peligro el 47 % del empleo.
De ahí la pertinencia, prematura, pero oportuna, del estudio de John Hewitt y Ricardo Monge, consignado en La Nación del 12 de febrero. Ellos determinaron avances, impactos y desafíos de la automatización en Costa Rica en sectores productivos estratégicos. Campanazo de alerta para un sentido de urgencia ausente en el ADN nacional.
La tortuga nacional no puede quedar impasible frente a la liebre mundial
¿Automatización en Costa Rica? Pues sí. Todavía incipiente, pero real. En nuestros sectores productivos existe todo tipo de automatización, desde la tradicional, como la robótica de procesos, hasta la automatización inteligente. El vendaval tecnológico es inevitable y complicará, aún más, el escenario altamente complejo de nuestro laberinto, tan contagiado de progreso como de atraso.
No es fantasía ni terror de ciencia ficción. Somos una máquina del tiempo. De Puntarenas a Belén se salta del siglo XIX al siglo XXI. Ese es nuestro horizonte productivo, esa nuestra política, esa nuestra vida social: desigualdades y contrastes.
Progreso y miseria. Con un alentador sector productivo de alta tecnología, empresas de dispositivos médicos, circuitos integrados y servicios nos enlazan con cadenas mundiales de valor. ¿Esencial Costa Rica? ¡Ya quisiéramos!
Al otro lado de la acera imaginaria, la cual separa nuestra complacencia de las realidades, el 60 % de la fuerza laboral ni siquiera tiene secundaria completa. Empleos altamente remunerados y estables conviven con el 40 % de trabajadores en condiciones de informalidad. ¿Mipymes? ¡Descarado eufemismo para maquillar la lucha por la subsistencia!
En ese mapa de asimetrías productivas, territoriales y sociales, quedan al desnudo dramáticas desigualdades de ingresos, diferencias de acceso a oportunidades y profundas fisuras educativas. Eso completa nuestra marca país.
Esta sociedad de brutales contrastes no es sana. La coexistencia paralela de progreso y miseria produce complacencia, en unos; frustración, en otros. Ni cómo asombrarnos, en este universo nacional esquizofrénico, que se sufra de una crisis de representación.
Esa grave situación señala nuestra precariedad ante un progreso tecnológico disruptivo, que romperá paradigmas y demandará un esfuerzo inédito en un sistema educativo anquilosado.
En Costa Rica, los procesos de automatización son apenas incipientes. Sus impactos, ni siquiera estadísticamente mesurables. Eso no exime, más bien impone, anticipar los escenarios de arribo de esa revolución que puede anegarnos como sunami si no estamos preparados.
Reentrenamiento necesario. La tortuga nacional no puede quedar impasible frente a la liebre mundial. Nuestras empresas no pueden sustraerse de la arena internacional. Lo que ella dicte determinará nuestro rumbo. La velocidad de los cambios tecnológicos es exponencial y será determinante de nuestra competitividad. Por eso, ese barco no está lejos de nuestras costas.
Lo evidente salta a la vista y asusta. La automatización logra mayor producción utilizando menos empleo humano. Aumentará la competitividad de las empresas, pero amenazando al personal menos capacitado. Ofrecerá empleo a un personal cada vez más calificado y eso ahondará contrastes de oportunidades e ingresos.
Pondrá en condiciones difíciles a empresas menos competitivas que no se adapten, acentuando, todavía más, nuestras dualidades productivas.
Menos evidente, pero posible, un crecimiento económico acentuado por la automatización es susceptible de generar, de forma extraña y caótica, nuevas demandas laborales. Difícil consuelo.
Para enfrentar amenazas predecibles y aprovechar oportunidades menos obvias, la fuerza de trabajo necesitará estar mejor preparada, mientras nuestros sistemas formativos técnicos siguen en pañales.
La automatización viene a ser el caso más emblemático de la “destrucción creativa” de Sombart y Schumpeter. Llevará probablemente hasta el paroxismo la paradoja de un crecimiento económico hermanado con eliminación de empresas, concentración de la producción y aumento del desempleo en segmentos de menor formación educativa, que, en nuestro caso, es enorme.
Incluso demandas laborales exóticas, exigirán mayores y diferenciadas capacidades en nuestros sistemas educativos, lánguidos e inflexibles, rígidos como lo dicta la autoridad suprema de sus jurásicos sindicatos.
Adaptación. La automatización es un auténtico cambio climático en el ambiente de negocios. Necesita que nuestro entorno productivo genere procesos de resiliencia. Debemos aceptar el progreso atendiendo tareas pendientes que hagan menos traumática su introducción.
Lo recomendable, y así lo hacen ver Hewitt y Monge, es no solamente anticipar, sino también abrazar esa nueva realidad. Necesitamos adaptar a ese nuevo escenario nuestro entorno político, educativo, regional y productivo. ¿Tendremos capacidad de adecuar nuestra fuerza laboral a ese cambio con la parsimonia arcaica de nuestras decimonónicas instituciones?
¿Qué es más la automatización: promesa o amenaza? A corto plazo, amenaza; a largo, sin duda, promesa. Ese plazo depende de nuestra capacidad de reacción.
El progreso que se precipita convivirá con nuestro atraso. Estamos “ensandwichados” entre paradigmas. Atrapados entre contrastes. Pienso en los debates hiperuránicos de las pasadas elecciones, que casi nos precipitan en uno de los extremos menos gratos de nuestros contrastes.
Pienso en zonas que siguen abandonadas a su suerte y pueden sorprendernos, en cualquier momento, con un domingo siete confesional o populista. Entre promesas y amenazas, pienso y dudo y, como decía Descartes, primero dudo y luego pienso.
La autora es catedrática de la UNED.