El nuevo paisaje político de la Unión Europea
Velia Govaere
Observatorio de Comercio Exterior (OCEX-UNED)
Si las recientes elecciones al Parlamento Europeo no fueron la tormenta nacionalista y populista que presagiaban las encuestas fueron, sin embargo, un golpe en seco que fraccionó el entramado político-ideológico responsable de la fundación y conducción del proyecto comunitario.
Cada vez con menos diferencias programáticas, Socialdemócratas y Democratacristianos de cada país de la Unión Europea (UE) se agrupaban en dos sendos bloques ideológicos en el Parlamento Europeo. Así gestionaban, en conjunto y sin grandes divergencias, el rumbo de esa alianza de naciones. El Partido Popular Europeo (PPE) agrupa los partidos democratacristianos y la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas (S&D), los socialdemócratas. Más allá de consignas, a la derecha e izquierda del centro político, ese encuentro de voluntades fundó el proyecto supranacional y contó por 40 años con una estable mayoría parlamentaria.
Esa longeva coalición se tradujo en capacidad de decisión en ámbitos emergentes, políticas comunes de seguridad, expansión de nuevos miembros, protección ambiental, medidas de resguardo a la competencia de sus mercados y alianzas comerciales con terceros. Con ello, la UE tenía una sólida conducción en políticas internas y se dotaba de estrategia internacional colectiva.
A nivel doméstico europeo, el 60% de todas las legislaciones nacionales tienen su génesis en leyes comunitarias aprobadas por el Parlamento Europeo. A nivel internacional, tener política común le permitió apoyar a Centroamérica para alcanzar la paz, en los ochenta, y, más recientemente, suscribir un Acuerdo de Asociación que establece los parámetros de nuestro comercio regional con el Viejo Continente.
El nerviosismo que precedió las elecciones del Parlamento Europeo estaba anclado en sobradas razones. La lista de factores de agitación no tiene fin. El cambio climático exige decisiones perentorias y controversiales para las que no existen respuestas simples. La expansión de China llegó a costas europeas, comprando empresas estratégicas y seduciendo a los países del Sur con su Nueva Ruta de la Seda. Ambas iniciativas amenazan romper la cohesión entre países asociados. La Rusia de Putin se fortalece con una guerra en Siria, avasalla la soberanía de Ucrania y se inmiscuye, además, en sus procesos democráticos. Miles de desplazados inundan sus costas en incontenible ola migratoria y pone al límite de tensión su capacidad de respuestas unitarias. La libertad de comercio, cimiento mismo de su proyecto de largo plazo, está en un punto gravísimo de inflexión bajo la sombra proteccionista de Trump, crecientes nacionalismos locales e intermitentes amenazas de guerras comerciales planetarias.
Más que en ningún otro momento de su exitosa historia, la UE necesita capacidad de conducción en aguas turbulentas. Los resultados, en cambio, de las recientes elecciones apuntan a un agravamiento de los tiempos de incertidumbre que vivimos. La coalición de centro que gobernaba la UE sufrió un retroceso histórico y ya no ofrece mayoría para gobernarla. Los partidos del centro retrocedieron en casi toda Europa. En Alemania incluso de forma tan espectacular, que la Socialdemocracia histórica que nació germana es ya un partido de tercera y, en el Reino Unido, el partido conservador gobernante quedó de quinto.
El centro estalló. En Francia, la República en Marcha de Macron sufrió una derrota ante la Agrupación Nacional de Le Pen. La extrema derecha se consolidó en Polonia y arrasó en Italia. En los demás países no hizo tantos estragos. Pero eso se debió sólo al otro gran factor, poco mencionado, de la coyuntura europea: más del 90% de la ciudadanía comunitaria señala su afinidad y afecto con su identidad europea, por primera vez en igual medida que con su identidad nacional. La empatía social con la visión de una Europa unida se plasmó en la mayor confluencia a las urnas en más de 25 años, reacción defensiva frente al temor de que el proyecto europeo quedara en manos euroescépticas. Los torbellinos del brexit también actuaron como estímulo para proteger la cohesión continental.
Si la derecha no avanzó, el centro se resquebrajó. Las decisiones ya no reposan tranquilas en manos de dos aliados, que actuaban como compadres hablados, sino en cuatro grandes agrupamientos no necesariamente definidos por ideologías. En el nuevo paisaje político de la Unión Europea habrá mayores dificultades para abordar con gobernanza los temas controversiales de las incertidumbres del mundo de hoy.
Publicado en Acontecer - El TINTERO - Edición Julio 2019, Pág. 28