Estimado señor Pascal Lamy, Director de la OMC.
Estimados representantes ante la OMC.
Señoras y señores:
Es para mí un gran honor acompañarles en esta sesión inaugural, que se ha convertido, a lo largo de los años, en uno de los eventos más relevantes del calendario de la comunidad internacional. Agradezco la gentil invitación del señor Pascal Lamy, Director General de la OMC, a iniciar este intercambio sobre los desafíos que enfrenta el comercio internacional.
Asumo el honor de dirigirme a ustedes como un reconocimiento a Costa Rica, país que desde sus modestas dimensiones representa un fiel testimonio de los beneficios que el comercio internacional tiene para el desarrollo de las naciones, especialmente cuando éste va acompañado de desarrollo humano y democracia.
Pocas veces, desde el establecimiento de la OMC, han sido nuestras discusiones tan decisivas como ahora, cuando el mundo atraviesa una de las más complejas coyunturas en los ámbitos económico, político y social.
I. Crisis internacional y comercio: el libre comercio como imperativo histórico y moral
Precisamente, por la naturaleza del momento que estamos viviendo, es que quisiera iniciar mis palabras con una nota de optimismo. Estoy obligada a hacerlo. La responsabilidad de inaugurar este debate, me lleva necesariamente a reafirmar las especiales condiciones de confianza que puede tener el mundo en este momento, a pesar de las circunstancias.
No olvidemos que en otros capítulos de la historia universal, el comercio internacional fue una de las primeras víctimas de los problemas financieros. En 1929, la crisis de entonces, paralizó un ambicioso esquema de apertura mundial, las naciones se replegaron sobre sí mismas y el retroceso del comercio reforzó el surgimiento de nacionalismos y autoritarismos que la humanidad pagó con devastación y sufrimiento.
En esta ocasión, la crisis económica no se ha traducido masivamente en políticas proteccionistas o barreras al comercio y más bien los signos de los tiempos apuntan hacia el fortalecimiento de la institucionalidad internacional. La diferencia entre las actitudes de ayer y las de hoy se funda en las lecciones duramente aprendidas de aquel traumático pasado, y se refuerza con la existencia de esta gran organización que es la OMC.
En medio de la crisis de confianza que afecta a las instituciones financieras, la OMC destaca como un fuerte pilar de la seguridad jurídica internacional; un legítimo esquema multilateral de toma de decisiones que contribuye a una gobernabilidad internacional fundada en la premisa de que el comercio es esencial para la prosperidad global.
El comercio sigue siendo el motor del crecimiento económico internacional y mientras estemos claros de ello podemos tener esperanzas. En nuestros tiempos se comparten beneficios y desafíos, los problemas nacionales están internacionalmente interconectados y las crisis regionales, mundialmente vinculadas. El carácter global de la crisis que vivimos nos recuerda que ya pasaron las épocas de aisladas decisiones unilaterales porque el bienestar de cada uno es asunto de todos y todos somos responsables.
El signo de nuestros tiempos es el signo del comercio mundial, como instrumento necesario para el progreso. Ustedes mejor que nadie saben cuánto ha cambiado el mundo en las últimas décadas movido por el comercio. El comercio se ha nutrido de todos los avances tecnológicos y científicos y a su vez se ha convertido en su gran articulador. Las tecnologías de la información y la comunicación han contribuido al mayor dinamismo de de los intercambios, al reducir las distancias, no sólo físicas, sino también culturales, que antes nos separaban.
Vivimos en un mundo irremediablemente integrado por la tecnología y dinamizado por el comercio. La tecnología ha cambiado radicalmente la forma en que producimos bienes y servicios. La expansión de las cadenas globales de valor refleja el nuevo dinamismo de la economía mundial. En el mundo de hoy , buena parte de la producción está organizada en cadenas de valor y eso ha transformado sustancialmente la geopolítica del comercio en la sociedad del conocimiento. Ese fenómeno se convierte en un poderoso instrumento de desarrollo para los países que abre nuevas oportunidades para participar de los beneficios del comercio internacional.
Sin embargo, nuestro relativo optimismo no nos debe llevar a ignorar los riesgos que el libre comercio pueda enfrentar. Las constataciones a favor del comercio internacional se ponen una vez más a prueba en circunstancias como las actuales. Vivimos tiempos de prolongada dificultad e incertidumbre. En el pico de los índices de desarrollo de algunas naciones, nos sorprendió la peor crisis financiera de varias generaciones y cuando ya casi respirábamos nos despierta, abruptamente, el elevado endeudamiento de los países desarrollados que anuncia, de nuevo, la volatilidad generalizada de los mercados financieros.
La inseguridad financiera desacelera el crecimiento y, en ese escenario, caen las exportaciones, disminuye la demanda de materias primas, crece el desempleo, aumenta la pobreza y el hambre en el mundo.
Debemos recordar que toda crisis económica se traduce, casi de inmediato, en una crisis social y, de ahí, en confrontaciones políticas que ponen muchas veces en entredicho las más evidentes premisas de convivencia civilizada. Cuando aparecen las crisis, un espejismo de nacionalismo populista nubla la mirada de algunos, y se arriesga a olvidar la comprobada vocación del libre comercio como herramienta poderosa del crecimiento económico.
En medio de la ofuscación los gobernantes y sus naciones pueden ceder a la tentación de concentrarse sólo en obtener beneficios y preferencias a toda costa. Eso negaría la esencia misma del Sistema Multilateral del Comercio que parte de una óptica más integral, más global, más sistémica y de largo plazo, en la obra colectiva del desarrollo. La receta de nuestra hora es más apertura, menos proteccionismo, menos subsidios, menos barreras.
Tenemos que reforzar el espacio de las políticas comerciales en la recuperación de la economía internacional. Esta Organización cobra toda su relevancia cuando se dibujan negros nubarrones en el horizonte. Es ahí cuando su voz se convierte en baluarte que apela a la sensatez. Su mera existencia defiende la seguridad jurídica en medio de las incertidumbres financieras, porque la suya es una historia de pasos prudentes pero firmes. No existen atajos para enrumbar el curso de la economía mundial. Las respuestas que buscamos las encontraremos con decisiones que nos lleven a más intercambio de bienes y servicios, a más facilitación de comercio, a más inversión, a más seguridad jurídica y a mayor innovación.
En la antesala misma de la Ronda de Uruguay se vislumbraron grandes promesas de multiplicación de la producción, crecimiento del empleo y disminución de la pobreza. En los 25 años que siguieron, esas promesas de 1986 han sido cumplidas. Sabemos que estos han sido los años del mayor crecimiento de la economía global de todos los tiempos. En ninguna otra época tantas personas han superado la barrera de la pobreza y tantas naciones se han puesto en el camino del desarrollo. Nos transformó el motor del comercio mundial y apagarlo detendría cualquier posibilidad de recuperación económica. Nuestro desafío es entonces: identificar los pasos suplementarios que debemos dar para expandir los beneficios del libre comercio y encontrar la fuerza de voluntad para emprenderlos.
II. Costa Rica y el libre comercio: una historia de éxito
Pero no se trata sólo de constataciones a escala global lo que nos lleva a afirmar la importancia del comercio internacional; se trata también de ejemplos de naciones que se atrevieron a abrigar el comercio con determinación y que hoy muestran los resultados positivos de esa decisión. Tal es el caso de Costa Rica, mi país.
Costa Rica representa en el mundo una historia positiva de inserción en la economía mundial que ha redundado en impactos históricos de crecimiento económico, de desarrollo productivo y de mayor bienestar para su ciudadanía.
El comercio nos ayudó a insertarnos de manera exitosa al mundo, en un proceso que estuvo marcado por decisiones correctas en diversos aspectos de nuestro desarrollo. Gracias a estas decisiones Costa Rica es hoy una potencia en desarrollo humano, democracia y sostenibilidad ambiental.
Propio de una pequeña república fundada hace 190 años por maestros, hicimos de la educación el principal instrumento para generar riqueza y movilidad social. En 1869, antes que muchos otros países, decretamos la educación como un derecho universal y costeada por el Estado. Hoy dedicamos 7% del PIB a la educación pública. El 80% de las escuelas poseen laboratorios de informática y para el 2017 aspiramos a que el 100% de nuestros estudiantes de secundaria disfruten de la enseñanza del inglés como segunda lengua. Estamos promoviendo educación técnica, de manera que duplicaremos los graduados de este tipo de enseñanza en un lapso de cuatro años.
A la par de los altos estándares de desarrollo humano, hemos construído una fuerte institucionalidad democrática y fortalecido el Estado de Derecho. La abolición del ejército como institución permanente desde 1948 nos garantizó un contínuo clima de paz y estabilidad, convirtiéndonos en una democracia sólida y estable de América Latina.
Es así como la inversión en desarrollo humano y la estabilidad política y social se convirtieron en pilares fundamentales sobre los cuales se asentó nuestro desarrollo el cual logramos potenciar, gracias a que abrigamos de manera igualmente entusiasta la apuesta por el libre comercio.
Creemos en un comercio con reglas claras, transparentes y que nivelen el terreno para que todas las naciones puedan competir en el gran mercado global. Si hemos alcanzado mayores niveles de desarrollo es porque hemos abierto decididamente nuestra economía en un proceso contínuo a lo largo de los últimos treinta años. La hemos abierto unilateralmente, cuando nuestra agenda económica no ha coincidido con la del Sistema Multilateral del Comercio. La hemos abierto bilateral o regionalmente, cuando nuestra agenda ha coincidido con la de naciones amigas. La hemos siempre abierto multilateralmente, con todas las naciones miembros de la OMC.
La historia de Costa Rica tiene un antes y un después de su apertura económica comercial. Hace ya casi tres décadas, nuestra economía se basaba esencialmente en la exportación de postres: café y banano. A finales de los años ochenta nos despertaron los embates de la crisis de la deuda externa de América Latina. Era, como ahora, una crisis fundamentalmente financiera, pero nuestra dependencia de dos productos agrícolas, nos hacía especialmente vulnerables. Esa crisis fue nuestra oportunidad de abrirnos al mundo. Nuestra recuperación exigía mayor inversión para diversificar nuestra producción. Primero iniciamos de forma unilateral un proceso de reducción de los aranceles, nos integramos como país observador a la Ronda Uruguay y en 1990 nos convertimos en la parte contratante número 100 del GATT.
Hoy, no obstante ser un país pequeño, con tan sólo 4 millones y medio de habitantes, gracias a los tratados comerciales hasta ahora impulsados — entre ellos con Estados Unidos de América, Europa y China — nos hemos garantizado acceso preferencial a mercados que pronto sumarán más de 2 mil millones de consumidores y representarán cerca del 70% del producto bruto mundial.
Además, nuestra oferta exportadora es hoy altamente diversificada con más de 4 mil productos. Estamos presentes en el mundo con frutas tropicales y flores exóticas, pero también con chips para computadora y válvulas para el corazón. Si se excluyen minerales y combustibles, dado que Costa Rica ha tomado distancia de las industrias extractivas altamente contaminantes, somos hoy el primer exportador per cápita de bienes en América Latina y el primero en productos de alta tecnología.
También hemos aprendido a vender nuestros productos en los mercados más exigentes y avanzados y a ser parte de las cadenas internacionales de producción. En 2009, más del 40% de las exportaciones de Costa Rica ya estaban asociadas con las cadenas globales de valor, especialmente con dispositivos médicos, productos electrónicos, automotrices y aeronáuticos. Cerca del 40% del valor de esos productos finales es agregada por la producción costarricense. Con satisfacción puedo decir que nos estamos moviendo de “hecho en Costa Rica” a “creado en Costa Rica”.
A pesar del clima internacional, durante el año 2011, recibimos en inversión extranjera directa el equivalente a un 4% del Producto Interno Bruto, que es un monto superior a toda la inversión que recibimos en la primera mitad de la década de los años noventa. Las nuevas inversiones se unen a otras debidamente asentadas como Hewlett Packard, Intel y Procter and Gamble, las cuales han abierto el camino para la consolidación de un fuerte cluster de alta tecnología que atrae gigantes como IBM.
El libre comercio que Costa Rica favorece no habría sido posible nunca sin la existencia de la OMC. Esta Organización garantiza el entorno jurídico institucional que hace posible la realización de nuestras aspiraciones. En la OMC, mi país se ha encontrado con las naciones más ricas, algunas veces en disputas que han conducido al restablecimiento de nuestros derechos y otras en negociaciones con intereses difíciles de conciliar. Sin embargo, lo más habitual para nosotros ha sido participar en alianzas que buscan beneficios comunes dentro de una mayor liberalización.
La OMC también le ha ofrecido a una nación pequeña, como la nuestra, hablar con la misma fuerza que naciones más grandes. Y lo hemos hecho sin complejos. Siguiendo nuestra vocación de actuar conforme a derecho, hemos encontrado espacio para defendernos, para utilizar nuestras ventajas comparativas y para reivindicar los derechos que nos otorgan los acuerdos de la OMC. Este entorno jurídico reafirma la confianza de los pueblos en el Derecho Internacional Público y por ello no debemos claudicar frente a los tareas pendientes que nos permitan fortalecer aún más la institucionalidad multilateral en materia de comercio e inversión.
III. Hacia la sostenibilidad del Sistema Multilateral del Comercio: construyendo nuevas bases para la confianza y el progreso
En tiempos de incertidumbre como los que vivimos, buscamos respuestas a los interrogantes del día. Pero ello debe ir acompañado de un cuidadoso balance del camino hasta ahora recorrido. La OMC tiene gigantescas tareas pendientes y es la superación de esos retos, lo que encuentra su más pleno sentido en la discusión internacional del momento.
Nunca ha resultado más apremiante que ahora la necesidad de restablecer la confianza y de alcanzar acuerdos que superen un impasse que agota la paciencia de muchas de las naciones del mundo. La lentitud que ha caracterizado el cierre de la Ronda de Doha, debilita la confianza en el sistema y acentúa las tendencias centrífugas del regionalismo. Los Estados, los empresarios y los ciudadanos del mundo están sedientos de mayor seguridad y confianza que sólo la OMC puede ofrecer, superando sus escollos pendientes.
Mientras nos detuvimos a discutir por más de 10 años la Ronda Doha, el mundo siguió su curso y cambió nuestra agenda. Lo mínimo que podemos aportar, después de una década de discusión, es sensatez y flexibilidad. En ningún sentido ayuda mantener discusiones bizantinas sobre posiciones extremas. Ya no podemos limitarnos a mantener sobre la mesa los temas originales porque el mundo ya es otro. Nuestras necesidades cambiaron y no podemos ignorar aspectos nuevos que se relacionan con el comercio, como el cambio climático, las cadenas globales de valor, los tipos de cambio de las monedas y las nuevas condiciones de la inversión.
Con todo y sus dificultades, la Ronda de Doha es una tarea pendiente que no podemos evadir. Ahí está el obstáculo más importante de nuestra agenda. No puede verse la Ronda de Doha como una concesión unilateral de los países desarrollados a los países en desarrollo. Por el contrario, debemos entender la oportunidad que ella ofrece a todas las naciones para promover un mayor beneficio mutuo. Hasta ahora, todos hemos ganado con las reglas que hemos tenido, pero debemos reconocer que algunos han ganado más que otros. La sostenibilidad del Sistema Multilateral del Comercio depende no sólo de que todas las naciones aquí representadas tengan una silla, sino de que también tengan las mismas oportunidades.
El mundo sobrevivirá aunque no concluya la Ronda de Doha, pero nuestro propósito no debe ser simplemente sobrevivir, sino avanzar y progresar. Debemos construir nuevas bases de confianza, y la confianza es en estos momentos el producto de mayor escasez en el mundo. No llegar a un acuerdo puede tener muchos significados prácticos, pero el más grave de todos sería, sin duda alguna, el mensaje que daríamos al mundo, de que los gobernantes se niegan a avanzar, renuncian a cambiar y no logran encontrar soluciones fiables a los problemas comunes que hoy nos aquejan.
No es posible quedarnos donde estamos. Los tiempos de crisis son oportunidades para el consenso. Estoy segura que las diferencias que nos separan, serán superadas, algún día. Por las coincidencias que nos unen. La cuestión es cuándo porque el tiempo apremia.
Nadie está exento de responsabilidad; todos somos responsables de aportar respuestas que despejen los anuncios de tormenta. Confío en que muchas de esas respuestas llegarán de la mano de este foro y sobre el excepcional andamiaje que nos ofrece la OMC y el comercio internacional. La historia no debe detenerse, tenemos derecho a la esperanza.
Muchas gracias,